¿Cuánto tiempo puede estar un estudiante siguiendo a sus profesores por Zoom?
El tsunami del Coronavirus fue como una ola que nos llevó puestos a todos. Pasamos de una educación remota de emergencia el año pasado, a comenzar a estandarizar las prácticas de enseñanza en un entorno virtual en este. Muchos docentes se dieron cuenta qué funcionaba, viendo lo que no funcionaba. Fuimos aprendiendo que, si bien la tecnología no era la solución, era una gran oportunidad.
Aprendimos que…
– Los celulares en la clase son herramientas académicas, no sociales.
– La tecnología debe ser usada para optimizar el aprendizaje, no como un sustituto del docente.
– Los encuentros por zoom u otras plataformas deben estar centrados en el alumno y deben utilizarse para activar el contenido, es decir ponerlo en acción.
– Que debemos priorizar la conexión entre el docente y los alumnos. El contenido es importante, pero sin vínculo no hay aprendizaje.
– Debemos desarrollar una interacción en el aula, en donde debe haber un ida y vuelta entre los alumnos y el docente. Los alumnos deben poder verse la cara e interactuar entre ellos.
– El docente debe alentar la metacognición y la reflexión; llevarlos a pensar y aplicar el contenido, no limitarlos a escuchar.
– Y, por sobre todas las cosas, aprendimos que no se puede convertir una clase presencial en una virtual. La clase virtual tiene otra lógica, otros tiempos.
¿Quiénes padecen las clases virtuales?
– Obviamente, quienes se quedan fuera del sistema por no tener conectividad o dispositivos móviles.
– Aquellos alumnos que no han podido desarrollar su auto-regulación y son muy dependientes del docente.
– Aquellos alumnos que tienen altos niveles de estrés o cuestiones emocionales y, por lo tanto, problemas de conducta.
– Aquellos alumnos que no disponen de estrategias de aprendizaje o alguien que los acompañe en sus trayectorias.
– Los que ya tenían problemas de desempeño en la clase presencial.
– Aquellos alumnos que con poca auto-estima o auto-confianza.
– Aquellos alumnos de edades tempranas cuyos padres no pueden acompañarlos o descalifican el trabajo virtual.
Y, como diría mi hija de 11 años: ¡los niños en general!
Tristemente, muchos docentes ven como sus alumnos apagan micrófonos y pantallas para prestarle atención a cualquier otra cosa, menos a ellos. Y tal vez esta actitud sirva para darnos cuenta que los docentes no son una máquina que despacha contenido, sino que tienen que lograr involucrar a sus alumnos cognitiva y emocionalmente para que puedan aprender. Debemos lograr que quieran escuchar al docente, no que deban escuchar al docente.
Un alumno involucrado:
– Hace preguntas.
– Se involucra en los debates.
– Pide ayuda cuando la necesitan.
– Muestra curiosidad.
Claramente, las oportunidades de aprendizaje se desvanecen cuando los alumnos están aburridos. ¿Esto significa que las clases deben ser divertidas? No, pero sí interesantes.
¿Qué es la fatiga por zoom?
Un prolongado uso de las videoconferencias puede dejar a los chicos con dolor de cabeza, de espalda, ojos irritados, además de agotados cognitiva y emocionalmente, entre otras manifestaciones.
Cuando los chicos no tienen un lugar propio en donde llevar a cabo la reunión de zoom, están también pendiente de todo lo que pasa a su alrededor, generando una mayor distracción, lo que naturalmente, a la larga, cansa.
En el aula los chicos tienen una visión periférica de todo lo que pasa en ese espacio, y por lo general, se centran en la persona que está hablando. Por otro lado, si se perdieron de algo, pueden susurrarle al compañero más cercano, cosa que no se puede hacer en Zoom. En la clase por zoom, hay todo un medio que no nos es natural: el tamaño de las caras, el contacto visual con todos al mismo tiempo, y además sentirnos observados. Y como si esto fuese poco, el estar mirándonos a nosotros mismos nos implica un esfuerzo mental grande. Una buena opción para liberar a los chicos de su propia mirada es la de activar la opción de “ocultar vista propia”, lo que los ayudaría a estar menos pendientes de ellos mismos e interactuar más. Por otro lado, una buena manera de ayudar a los alumnos a descansar de la pantalla es facilitar recreos activos. Cuando la atención decae, podemos hacer una breve pausa activa para que se muevan. Esta actividad logrará que el cerebro se oxigene y los chicos puedan volver a involucrarse con más energía.
Transferir el horario regular de una clase presencial a la virtualidad no es viable. Una hora de clase presencial no equivale a una hora de clase virtual, por lo tanto no debemos replicar lo que se haría naturalmente en una clase presencial. El docente, en la clase presencial, no está enseñando todo el tiempo. En el aula, además del momento de exposición de un tema, hay actividades individuales, en pares, grupales, hay transiciones entre actividad y actividad, hay otros tipos de actividades enfocadas a la convivencia, al desarrollo de habilidades socio-emocionales, hay colaboración entre los alumnos, hay un intercambio constante entre el docente y los alumnos, hay movimiento, y tenemos recreos, indispensables para soltar la presión, socializar, movernos, y jugar.
Por eso, desde la escuela, se deben evaluar los costos y beneficios de exponer a los chicos a muchas horas de pantalla. Algunos directivos coincidirán en un máximo de 3 clases de zoom u otra plataforma por día, de no más de 20 a 40 minutos, dependiendo de la edad de los chicos, seguidas de trabajo asincrónico es más que suficiente. Exponer a los alumnos a más horas, más que ayudarlos a aprender, los aleja del aprendizaje, generando apatía, agotamiento y dolores físicos.
Por supuesto, no existe demasiada evidencia científica sobre este tema porque exponer a niños a una pantalla para fines académicos, no recreativos, es un tema muy nuevo todavía. Por eso será indispensable, en caso de una virtualidad al 100%, que los equipos directivos trabajen junto a las familias para ir viendo cuáles son las mejores estrategias para lograr aprendizajes de calidad en función de la edad, madurez y capacidad de atención de los alumnos.
Lo sincrónico y lo asincrónico
Las clases virtuales tienen dos componentes importantes: la modalidad sincrónica y la asincrónica.
La modalidad sincrónica es muy parecida a lo que ocurre en el aula, es decir hay una instrucción bidireccional en tiempo real. Se puede lograr a través de plataformas de videoconferencias. La modalidad asincrónica, por otro lado, permite que el alumno vaya a su propio ritmo, interactuando de manera intermitente con el docente. Puede estar viendo un video en un momento en el que le quede cómodo.
Debemos buscar un equilibrio entre clases por Zoom, seguidas de actividades como ver un video, y actividades complementarias ya sea para aprender, automatizar un contenido, investigar, trabajar en grupos, etc. El zoom lo utilizamos para maximizar, potenciar y capitalizar el tiempo cara a cara. Es decir, interactuando, trabajando con aprendizajes activos, respondiendo dudas, etc.
La clase virtual no debe ser 100% por Zoom. Como docentes debemos ver qué necesitamos hacer cara a cara, y qué pueden los alumnos hacer sin tener que estar conectados. Un alumno agotado no puede aprender. Tal vez, debamos volver al mismo dilema de siempre, y es qué busca la escuela; ¿que aprueben o que aprendan?
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